Justicia poética: cuando el destino te da una hostia con guante blanco

por Abel Marín
justicia poética

La justicia poética es esa ley no escrita que cuentas sin necesidad de tribunales. En espejo incómodo en plena era de contradicciones.

No hay juez más implacable que la vida

En un mundo donde los corruptos dan lecciones de ética, los agresores dictan códigos morales y los incompetentes se reparten subvenciones, la justicia poética es el último reducto del orden natural de las cosas. Una fuerza sutil —pero a veces devastadora— que actúa cuando los tribunales callan, cuando la prensa se vende y cuando la sociedad aplaude al que debería estar entre rejas.

Sí, justicia poética. No te detiene la policía, pero terminas con el alma esposada.

De los altares al barro

Hay quien defiende “el bien común” mientras esquiva impuestos. Quien se proclama defensor de los derechos mientras arruina vidas con su mediocridad subvencionada. Quien va de «progre» mientras aplasta a los suyos para trepar un par de escalones sociales.

Y entonces, un día, la vida les devuelve su propio reflejo. El delator termina siendo delatado. El que vivía del cuento se ve sin cuento. El arrogante envejece sin nadie que le sostenga. No es justicia institucional, es poética. Y duele más.

La paradoja del ofendido profesional

En esta época de cristal, donde todo es microagresión, cualquier comentario es una herejía y cualquier reflexión crítica se convierte en delito moral, la justicia poética actúa con otra lógica: mientras el supuesto “oprimido” se ofende por tu tono, su vida se va desmoronando por falta de acción, carácter o dignidad.

Te acusan de opresor… desde el último modelo de iPhone comprado con subvención. Claman contra el sistema… pero no devuelven un céntimo del subsidio. Dicen luchar contra la desigualdad… desde un puesto público heredado por cuota o contacto.

Y luego, claro, vienen los golpes de realidad. El piso que no pueden pagar. La frustración que no saben explicar. La envidia que les devora. Justicia poética, otra vez. Un poco lenta, pero puntual.

El autoengaño también tiene castigo

Hay una verdad incómoda que repito en este blog: si mientes a los demás, eres un cínico. Pero si te mientes a ti mismo, eres un suicida emocional. La justicia poética no distingue. Te devuelve exactamente lo que sembraste. O lo que evitaste sembrar.

Vivimos entre relatos. Y hay quienes, por no cuestionar el suyo, terminan atrapados en una vida absurda, contradictoria y vacía. Construyen una identidad ficticia, una reputación digital, una pose ideológica. Pero tarde o temprano, todo eso se resquebraja. Y queda el vacío.

La ironía final

El que defendía la igualdad sin esfuerzo, termina exigiendo privilegios. Quien hablaba de inclusión, termina señalando y censurando a quien no comulga. El que se decía libre, termina esclavo de su narrativa.

No es casualidad. Es la vida devolviendo la jugada. La paradoja hecha justicia. Poética, sí. Pero también pedagógica.

Karma con firma literaria

No siempre ocurre de forma simétrica, ni inmediata, ni siquiera por mano humana.

A menudo es el propio devenir de la vida el que coloca a cada uno en su sitio, y no siempre con la lógica de un castigo directo, sino a través de paradojas, consecuencias indirectas o símbolos morales que trascienden la mera revancha. No es “ojo por ojo”, es más bien “karma con firma literaria”.

La vida, a veces, tiene un sentido del humor lúcido y despiadado.

En un mundo donde la justicia legal es selectiva, ideologizada y muchas veces cómplice, la justicia poética sigue haciendo su trabajo. A su manera. Con ironía. Sin propaganda. Sin aplausos. Pero con una precisión que da miedo.

Porque la verdad puede que no exista… pero la realidad sí.

Y tiene más memoria de la que algunos quisieran.

 

 

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