Francia y sus fantasmas

por Abel Marín

Hace un par de semanas unos amigos, un matrimonio francés, clientes desde hace 10 años, nos invitaron a su casa de España aprovechando que estaban de vacaciones.

Pasamos un gran día, sobre todo cuando nos mostraban con gran satisfacción y orgullo la casa incrustada en plena montaña de la Vall de la Valldigna en Valencia. Un verdadero paraíso. Sus ahorros invertidos en una vieja casa que han rehabilitado y han dejado francamente preciosa. Yo que tuve mucho que ver en esa compraventa, me sentí feliz por su felicidad.

También conversamos mucho sobre la vida en España y en Francia.

Nos contaban que las cosas en París, se habían deteriorado mucho. Que la gente se había vuelto muy agresiva, antipática, desagradable.

También que la economía estaba muy mal, que todo estaba muy caro. Que eso de salir a comer o cenar a un restaurante era una cosa de lujo, para ellos.

Que habían muchos recortes sociales.

En contraposición, decían que se sentían seguros y felices en España, que la gente era muy amable con ellos.

En otro momento del día, manifestaron su preocupación por el ascenso de la intención de voto de la ultraderecha. Que según nos dijeron rondaba el 38% del voto, y que el resto de la amalgama de partidos apenas alcanzaban el 10% cada uno de ellos, y que se tenían que juntar todos para evitar que gobernara la ultra derecha. Lo expresaban con verdadera tristeza y angustia.

Entonces yo les pregunté:

«si estáis tan mal como antes me habéis contado, y si nunca ha gobernado la ultraderecha, ¿no os cuestionáis por qué la gente les vota?»

Cambiaron de tema. Yo no insistí en ello. El silencio dijo mucho más que las palabras.

¿Vivimos dentro de nuestra cabeza o en el mundo real?

Sin duda, la dualidad de nuestra mente nos atrapa en ese imaginario mundo dentro de nuestros pensamientos, de muestro imaginario, y pocos son los que quieren salir de la caja. Es normal, da miedo no tener razón, es matar al ego, sentimos nuestra eliminación.

Demasiada gente vemos los problemas reales como castigos divinos, inevitables. Y a la vez, los fantasmas de nuestra imaginación los invocamos a nuestra realidad. Los vivimos como reales y los combatimos sin que sean una realidad, sólo miedo, ideología, la corriente imperante del pensamiento único.

Mientras tanto, los problemas reales campan a sus anchas, crecen y crecen, nos devoran, pero seguimos sin querer aceptar que las causas y las soluciones también son reales, y demonizamos a quienes nos advierten que nuestros demonios mentales acabarán con nosotros.

Imagen de freepik

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