Vivimos atrapados en un espejismo: largas colas en los centros comerciales, bares abarrotados, y un frenesí consumista al golpe de trajeta de crédito. Parece ser el único motor de nuestra economía. Pero detrás de esta fachada de prosperidad y bienestar se esconde una verdad incómoda: creemos financiar nuestra felicidad pero estamos financiando nuestra tristeza.
España ha construido un modelo económico basado en el endeudamiento público y privado. La ilusión de que podemos vivir más allá de nuestras posibilidades se alimenta de tarjetas de crédito, préstamos y deudas que crecen a un ritmo insostenible.
Si preguntas sobre TAE y TIN muchos te dirán que les suena a unos personajes de cómic. Lloraremos de reir….
Cada euro que gastamos sin tenerlo no solo hipoteca nuestro futuro, sino también el de las generaciones que vienen detrás. Y lo hacemos, no porque seamos felices, sino porque estamos desesperados por escapar de una vida que no nos satisface.
El hiperconsumo no es una muestra de bienestar, es un síntoma de una sociedad profundamente ansiosa. Gastamos para llenar vacíos emocionales, para imitar una idea de felicidad que nos venden en anuncios y redes sociales, pero que en realidad no existe.
¿El resultado? Una rueda interminable de compras, excesos y deudas, mientras la verdadera felicidad –la serenidad, la tranquilidad de vivir en paz con nosotros mismos– se aleja cada vez más.
Estamos jodidos, pero simulamos estar contentos.
Financiar hipotecando nuestro futuro
La economía española no es ajena a este ciclo tóxico. Vivimos en un país sin un plan de futuro claro, que basa su sustento en servicios de bajo valor añadido y en un consumo interno alimentado por deuda. Mientras tanto, las políticas de gasto público insostenibles y los intereses de la deuda nacional nos condenan a una precariedad cada vez más profunda. No producimos lo suficiente, no exportamos lo suficiente, y seguimos dependiendo de prestamistas para mantener la ilusión de una estabilidad frágil, cual castillo de naipes. Porque es de naipes, confiada al azar.
Es hora de detenernos y replantearnos hacia dónde vamos. La felicidad no está en la última oferta del Black Friday ni en el café que tomamos al final de una jornada agotadora. Está en encontrar un ritmo de vida más humano, en salir de la trampa del endeudamiento y en recuperar la serenidad como valor fundamental.
El cambio no será fácil. Implica revisar nuestras prioridades como individuos y como sociedad, cuestionar los modelos económicos y culturales que nos empujan al consumo compulsivo y, sobre todo, asumir que no podemos seguir viviendo a crédito.
Porque financiar nuestra tristeza no solo nos está destruyendo a nivel personal, también está hipotecando el futuro de un país entero. Es hora de salir de esta espiral y construir un modelo basado en el equilibrio, la sostenibilidad y la verdadera felicidad. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a hacerlo?
El Grinch del siglo XXI no odia la Navidad, más bien le da pena en qué se ha convertido.
2 comentarios
Toda la razón.
Creo que habría una manera de ayudar aunque sea un poquito a ser más conscientes de la deuda del país.
Que cada día antes del telediario mostrasen en un cartel bien grande el importe subiendo
Cuando uno debe a otro le deben. Es decir, hay dos partes, deudora y acreedora.
Unos lo enteinden ahorran y compran deuda (pública y privada), otros les suena a arameo antiguo y pagan interes, vie cuota de amortización de sus préstamos y tarjetas y vía impuestos aunque no lo sepan.
Al final, la solución es individual, quiero decir, que cada cual debería sanear su economía personal, y de esa manera tendríamos couidadanos más conscientes y no dependientes.
Muchas gracias por tu comentario.
Un saludo