Fin del Euro: una moneda sin nación y una bomba de relojería

por Abel Marín
fin del euro

No escribo sobre el fin del euro con ánimo de llamar la atención mediante el catastrofismo, pero somos 500 millones y no tenemos dinero ni para defendernos de un país de 160 millones como Rusia, y francamente, me preocupan mis ahorros y mi futuro.

El euro nació como una gran promesa: una moneda fuerte, estable, capaz de unir a Europa bajo un mismo paraguas económico y financiero. Tan lejos quedan aquellas promesas de unión fiscal como cerca el fin del euro. La hemeroteca está repleta de dichas intenciones… ¿Qué fue de ellas?

Sin embargo, la realidad ha demostrado que sin una estructura fiscal y presupuestaria coherente, ninguna moneda puede sostenerse a largo plazo. Y aquí estamos, en 2025, viendo cómo el proyecto del euro se tambalea, muchos ya hablan de su fin, con una Unión Europea que se aferra a una idea fallida y unos ciudadanos cada vez más desconectados de sus políticos, que no los representan.

Porque, al final, ¿qué es una moneda? No es solo un billete bonito con puentes ficticios. Una moneda solo tiene valor si está respaldada por una economía sólida, un sistema fiscal funcional y una política de gasto coherente. Y en la Eurozona, ninguna de estas condiciones se cumple.

Una moneda sin ancla fiscal: el error de base del euro

Toda moneda nacional responde a una realidad fiscal. En EE.UU., el dólar se sostiene porque hay un sistema tributario unificado y un presupuesto federal que redistribuye recursos entre los estados. En Japón, el yen es viable porque el país maneja su propia política fiscal y monetaria de forma cohesionada. Pero en Europa, el euro está atrapado en un limbo político-económico:

  • No existe un presupuesto centralizado que equilibre los desequilibrios entre países.
  • Cada nación tiene su propio sistema tributario con reglas distintas y contradictorias.
  • No hay una verdadera unión fiscal, solo parches que intentan tapar los agujeros de los países más endeudados.

Mientras Alemania aplica políticas de austeridad y recaudación responsable, Francia sigue aumentando su gasto público sin control y España se endeuda a ritmo de verbena socialista. Italia, por su parte, es un polvorín financiero que sobrevive porque el BCE sigue imprimiendo dinero para evitar el colapso.

Ciudadanos sin poder, políticos sin representación

El mayor problema de la Eurozona no es solo económico, sino político. Se supone que vivimos en democracias, pero las decisiones fundamentales sobre nuestra moneda y economía se toman a puerta cerrada en Bruselas, sin ningún tipo de control real por parte de los ciudadanos.

Los políticos europeos no representan a sus pueblos, sino a un ente burocrático que tiene como prioridad sostener la ficción del euro a toda costa. Se llenan la boca con la palabra «democracia», pero cuando un país vota en contra de las políticas de la UE, se le castiga, se le aísla o se le obliga a repetir el referéndum hasta que vote «correctamente».

Los que critican la UE son tachados de «antieuropeos», pero ¿y si los verdaderos europeos fueran precisamente aquellos que quieren recuperar su soberanía? ¿Aquellos que aún creen en sus naciones, en sus tradiciones y en su derecho a decidir? Porque lo que la UE está construyendo no es Europa, sino una distopía burocrática globalista donde el ciudadano medio es un mero engranaje prescindible.

El globalismo y la disolución de las identidades nacionales

El euro es el brazo financiero de un proyecto ideológico mucho mayor: el de la disolución de las naciones europeas en favor de una entidad supranacional sin raíces ni cultura propia. Se nos ha dicho que debemos aceptar el multiculturalismo, abrir nuestras fronteras y diluirnos en una Europa sin identidad.

Y mientras tanto, ¿qué ha pasado? Que la cohesión social ha desaparecido, que la inseguridad se ha disparado y que la islamización de Europa avanza sin freno. No se trata de xenofobia, sino de realidad: una sociedad sin cohesión no puede sostener ni su cultura ni su economía.

Los líderes europeos han apostado por una inmigración masiva y descontrolada que está desestabilizando el tejido social y aumentando el gasto público de manera insostenible. ¿Quién paga las ayudas, los subsidios, la atención médica gratuita para millones de personas que no contribuyen? Exacto: los ciudadanos europeos, esos mismos a los que se les dice que deben trabajar más, pagar más impuestos y aceptar sin rechistar el declive de sus propios países.

El naufragio inevitable del euro

Si un sistema monetario no está respaldado por una estructura fiscal sólida y una comunidad política cohesionada, su destino es el colapso. ¿Cuánto más puede aguantar el euro en estas condiciones? Los escenarios posibles son pocos y ninguno pinta bien:

  1. Seguir imprimiendo dinero y rescatando países en quiebra → Más inflación, menos poder adquisitivo, erosión del ahorro y fuga de capitales.
  2. Expulsar a los países menos competitivos → Posible retorno a monedas nacionales, crisis financiera y reestructuración brutal de la UE.
  3. Una crisis definitiva que obligue a una refundación → Un nuevo Tratado con una unión fiscal real (algo políticamente impensable hoy).

El fin del euro puede ser real o figurativo.

Es decir, puede desaparecer del todo. También puede que algunos países propongan salir y que otros sean expulsados. Y puede que languidezca día a día hasta convertirse en una moneda irrelevante, como la que un BRIC cualquiera.

 

El euro nunca fue Europa, y Europa necesitó unión fiscal, pero eso nunca llegó.

Nos hicieron creer que el euro era Europa, que sin él no podríamos sobrevivir. Pero la historia demuestra que Europa existía mucho antes de esta moneda artificial y que no la necesita para prosperar. Sirvió para endeudarse con el aval de lo países más solventes. Y ahora no tenemos dinero ni para un ejército mínimamente capaz de protegernos.

Lo que sí necesita Europa es recuperar su soberanía, su identidad y su sentido común. Porque una moneda sin nación, sin cohesión fiscal y sin apoyo real de sus ciudadanos es, simplemente, una moneda condenada. Y cuando finalmente caiga el euro, los mismos burócratas que hoy nos dicen que es «irreemplazable» serán los primeros en buscar una excusa para justificar su desaparición.

Ahora, la pregunta es: ¿Qué vas a hacer ahora que ya te dicen que el euro puede tener fin? ¿Cómo vas a invertir tu dinero?¿Seguirás tragando sapos? Ya te digo que sí (ver).

Libro Tragando Sapos

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