La democracia inalcanzable: ¿Ideal humano o espejismo de poder?

por Abel Marín
evolución de la democracia

Recientemente, Leah Zeinsteger comentó en mi blog, cuestionando la esencia de la democracia en nuestras sociedades actuales. Ella sugiere que, más allá del discurso democrático, prevalece el «Señor Poder», un licor embriagador que pocos rechazan, derivando en arribismo y autoritarismo. Esta reflexión me lleva a profundizar en la naturaleza de la democracia y nuestra evolución como especie.

La democracia es una construcción intelectual humana.

Observando la naturaleza, pocas especies siguen modelos que se asemejen a la democracia; predominan jerarquías basadas en la fuerza y la dominación, y también la aristocracia, es decir, lo guía de la manada (de lobos) o del rebaño (de búfalos) son los más aptos.

Sin embargo, nuestra especie ha intentado trascender estos patrones, buscando sistemas que promuevan la igualdad y la justicia, a sabiendas de que el poderoso abusa.

Al igual que no existe una efermedad llamada cáncer, sino que usamos esa palabra para clasificar una inmensa cantidad de procesos degenerativos del cuerpo. Con la democracia sucede lo mismo, no existe en sí, ni puede existir, porque es un concepto genérico.  Cada uno tiene su idea de los que es o debería ser.

Llamamos democracia, a una cantidad enorme y dispar de sistemas políticos basados en el sufragio universal, activo y pasivo, con mayor o menor imperfección.

 

Y dicho eso: echémosnos las manos a la cabeza.

 

Es cierto que el poder puede corromper, y muchos líderes sucumben a sus encantos, olvidando los principios democráticos. Pero también es innegable que hemos avanzado. Hoy, ante discrepancias, la mayoría optamos por el diálogo o recurrimos a la justicia, en lugar de la violencia. Este cambio indica una evolución en nuestra conciencia colectiva.

La democracia es una construcción intelectual que busca trascender nuestra naturaleza instintiva.

Observando el reino animal, predominan jerarquías basadas en la fuerza y la dominancia. Sin embargo, los seres humanos hemos intentado establecer sistemas que promuevan la igualdad y la justicia.

Es innegable que el poder puede corromper, y muchos líderes sucumben a sus encantos, olvidando los principios democráticos. Pero también es cierto que hemos avanzado. Hoy, ante discrepancias, la mayoría optamos por el diálogo o recurrimos a la justicia, en lugar de la violencia. Este cambio indica una evolución en nuestra conciencia colectiva.

Aunque la democracia perfecta pueda parecer un ideal inalcanzable, el esfuerzo por aproximarnos a ella es parte esencial de nuestra evolución. Cada paso hacia una sociedad más justa y equitativa deja una huella en nuestra genética cultural, moldeando una conciencia colectiva más avanzada.

En esa lucha diaria enfrentamos desafíos y desviaciones, el camino hacia una democracia genuina es una parte fundamental de nuestra evolución como especie. Debemos perseverar en este tránsito, confiando en que nuestros esfuerzos actuales sentarán las bases para una humanidad más consciente y equitativa en el futuro.

Aunque la democracia perfecta pueda parecer un ideal inalcanzable, el esfuerzo por aproximarnos a ella es parte esencial de nuestra evolución. Cada paso hacia una sociedad más justa y equitativa deja una huella en nuestra genética cultural, moldeando una conciencia colectiva más avanzada.

Creo, y lo digo con sinceridad, que si lees «Tragando sapos» te cuestionarás tu situación en el sistema, para bien, para mal o simplemente para ser consciente.

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