Últimamente se habla mucho de la “violencia financiera” y del impacto emocional del sobreendeudamiento. Es un enfoque legítimo, pero incompleto sobre deuda y salud mental.
Importante matiz: tener deudas no equivale a sufrir violencia económica.
La violencia económica se manifiesta cuando una persona, de la cual otra depende económicamente, abusa de su posición para controlar, limitar o dañar su autonomía financiera. Especialmente en la mujeres cuando han tomado la decisión de dejar de trabajar para criar a los hijos, su empleabilidad se resiente temporalmente.
Este tipo de abuso puede incluir impedir que la víctima trabaje, controlar sus ingresos, o restringir su acceso a recursos económicos, generando una dependencia que dificulta su capacidad para abandonar la relación abusiva .
Es crucial reconocer que esta situación debe ser transitoria. Cada individuo tiene la responsabilidad de buscar su independencia económica y «sacarse las castañas del fuego».
Si como sociedad adoptamos una narrativa condescendiente ante los errores financieros y normalizamos la irresponsabilidad, incluso legislativamente, corremos el riesgo de erosionar los principios de esfuerzo y autonomía que sustentan una comunidad saludable.
Así volvamos al caso…
¿Quién habla del acreedor?
Del arrendador que no cobra su renta.
Del avalista arruinado por la irresponsabilidad ajena.
Del autónomo que prestó un servicio y no ve un euro.
Lo siento, pero tras muchos años de ejercicio profesional, tengo que decirlo claro: la mala suerte existe, pero es la excepción.
Y más aún: rara vez un caso grave de endeudamiento proviene de una sola mala decisión. Lo habitual es una concatenación de decisiones equivocadas, muchas veces tomadas desde la emoción, la inmediatez o la presión social, y no desde la lógica ni la razón.
Y sí, empatizo con mis clientes. Pero lo primero que les digo es: asuman su parte de responsabilidad. Si no lo hacen, acabarán culpando al abogado, al sistema, al banco, o a su primo.
A partir de ahí, peleamos su caso con todo. Pero desde la verdad.
¿Somos adultos? ¿Leemos lo que firmamos? ¿Sabemos sumar y restar?
Además, no olvidemos una verdad incómoda:
La escasa embargabilidad de los salarios medios hace que muchos créditos sean incobrables. ¿Consecuencia? El crédito se restringe, se encarece, y la oferta de alquiler se reduce.
Y aquí va el verdadero toque de atención:
Si la narrativa imperante es la condescendencia ante el error, lo acabamos normalizando, incluso en la Ley. Y si eso ocurre, nos hundimos como sociedad. Enteramente.
Más victimismo no es la solución.
La salud mental no mejora con excusas. Mejora con responsabilidad.
Y eso, aunque duela, se llama madurez.
Y recuerda que la historia que te cuentas, tu relato personal… ¿te libera o te encierra?
¿Aún no tienes un ejemplar de…
«TRAGANDO SAPOS»
