Ateos con mantilla (y otros rituales sin fe)

por Abel Marín
rituales sin fe

Cada año lo mismo. Cada vez somos más los que participamos en rituales sin fe: no creemos, pero celebramos; no rezamos, pero necesitamos símbolos que nos sostengan.

Nos declaramos ateos de lunes a viernes, pero cuando llega Semana Santa nos emocionamos con las procesiones, subimos una vela a Instagram y decimos que “es por la tradición”.

Y en Navidad, igual. Llenamos la casa de luces, cantamos villancicos y brindamos como si creyéramos en algo más que el descuento del Black Friday.

No es que seamos hipócritas. Es que tenemos hambre de algo que no sabemos nombrar.

  • No es fe. Es nostalgia.
  • No es religión. Es identidad.
  • Mucho menos es dogma. Es rutina con sentido, aunque ese sentido esté medio muerto.

Pero algo nos falta

Con una tristeza por debajo de la coraza, que resolvemos, o eso intentamos, con compras y viajes (o con hábitos malsanos), mientras las grandes preguntas no somos capaces de planteárnoslas. Sabemos que no podemos contestarlas.

Vivimos en un mundo donde rezar parece ridículo, pero el horóscopo tiene millones de seguidores. Donde ir a misa es cosa de abuelas, pero hacer rituales de Año Nuevo con lentejas es cool. Algunos se ríen de los que creen, pero todos necesitamos creer. En lo que sea. Aunque sea en nosotros mismos.

Y ahí seguimos, en rituales sin fe

Celebrando lo que ya no entendemos. Colgando santos como quien cuelga recuerdos. Haciendo fiestas de cosas que ya no sentimos, pero no queremos perder.

Y mirando la página del tiempo para ver qué tal hará, y ver si vamos a la playa o a la montaña, o si aún queda nieve.

Porque cuando cae la fe, caen muchas cosas, quizás sea uno de los factores de la decadencia de Occidente. Y aunque no lo digamos, lo echamos de menos.

No a Dios, quizá. Pero sí a esa certeza de que había algo más grande. Algo que daba sentido.

Ahora tenemos wifi, pero no tenemos paz.
Tenemos ciencia, pero no consuelo.

Y entre tanta modernidad, seguimos siendo humanos. Con miedo, con vacío, con ganas de abrazar algo que no sea una pantalla.

Así que no, no es raro que los ateos vayan a procesiones.
Lo raro sería que no lo hicieran.
Porque lo que buscan no es un milagro.
Es simplemente no sentirse solos en este desmadre.

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